Este año puso de manifiesto -más que sus predecesores- una realidad que debería levantar enormes preocupaciones. La incapacidad de América Latina para producir electricidad de manera estable ubica al continente en una posición de suma vulnerabilidad. Si bien no todos los países de la región enfrentan este desafío, al menos una decena sortea esta dificultad en su día a día, sin soluciones tangibles para revertir este problema en un corto plazo.
Las causas de esta crisis pasan tanto por cuestiones políticas (pésimas gestiones mayormente) como ambientales. La falta de inversiones, una obsolesencia técnica notable y la ausencia de políticas públicas eficaces se suman a los cada vez más marcados efectos del cambio climático. De esta manera, entre la insuficiente generación de electricidad y el incremento de la demanda en medio de las olas de calor e intensas sequías, el resultado es una afectación general de máximas proporciones.
Un aspecto que llama la atención es que América Latina cuenta con considerables fuentes de energía renovable. Sin embargo resulta obvio que no basta con tener el recurso si no se explota con inteligencia. Aquí entra a jugar en buena medida el ideal “subsidiado” de algunos gobiernos de izquierda, que limitan por completo la inversión de compañías privadas en el sector y en cambio, terminan con sistemas al borde del colapso.
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Cuba y Ecuador son tal vez los países más afectados en los últimos tiempos con esta crisis electroenergética. Cortes de más de 20 horas que inducen consecuentemente a crisis sociales y un rechazo masivo a sus gobiernos son el paisaje cotidiano. Claro que no son los únicos, en menor escala Venezuela, México, Argentina, Brasil, Bolivia, Honduras y Nicaragua también han sentido sus impactos.
De hecho, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe apunta a que en el continente un aproximado de 16 millones de personas no tienen acceso al servicio eléctrico, especialmente en zonas rurales. Una cifra que solo irá en aumento, pues expertos aseguran que para 2040 el ritmo de la demanda crecería entre 2,7 y 3,6 por ciento del índice anual.
Lo cierto es que al día de hoy, América Latina enfrenta una crisis energética sin precedentes. Por un lado la falta de visión de gobiernos anteriores ante un problema que se venía anunciando. Por otro, el acelerado incremento de los efectos del cambio climático, ambas variables han dejado a la región en medio de las actuales penumbras. En tanto, pese a las constantes cumbres y “muestras de apoyo solidario entre naciones”, la realidad es que cada país del área vela por sus propios intereses y juega al sálvese quien pueda en tiempos de oscuridad.