En una noche que prometía ser histórica, miles de entusiastas se reunieron en la Universidad Howard, una emblemática institución de educación superior para afroamericanos, para seguir los resultados de las elecciones. La atmósfera era electrizante, con la multitud unida en cánticos y celebraciones, convencidos de que Kamala Harris se convertiría en la primera mujer presidenta de Estados Unidos. Sin embargo, a medida que avanzaba la noche, el optimismo comenzó a desvanecerse y la realidad de un nuevo ascenso de Donald Trump se hacía inminente.
Mientras Harris se preparaba para pronunciar un discurso de victoria desde la residencia oficial de los vicepresidentes, su equipo observaba con creciente ansiedad los resultados de los distritos electorales.
La rápida campaña de 107 días, impulsada por la salida inesperada del presidente Joe Biden, dejó poco tiempo a Harris para establecer una conexión fuerte con los votantes. Frente a este panorama, Dan Kanninen, director de campaña, reconoció que las encuestas iniciales mostraban una carrera reñida y que el descontento general con el estado del país podría ser un obstáculo formidable.
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Estados Unidos se inclinó hacia Trump
A más de 2,000 kilómetros al sur, Donald Trump celebraba en su complejo Mar-a-Lago, consciente de que el panorama electoral podría no ser tan negativo como inicialmente pensaba. A pesar de sus dudas, la posibilidad de una victoria seguía viva. Su equipo, al igual que el de Harris, estaba inmerso en el análisis de los resultados, convencidos de que la participación real podría favorecerlo, al igual que en elecciones pasadas.
De acuerdo a CNN, conforme avanzaba la noche, los resultados comenzaban a delinear un mapa electoral que no favorecía a Harris. Mientras Trump se aseguraba victorias en estados tradicionales republicanos como Indiana y Kentucky, la candidata demócrata lograba triunfos en Vermont y Massachusetts, pero el panorama se oscurecía rápidamente. La atención se centraba en los estados indecisos: Arizona, Georgia, Michigan, Nevada, Carolina del Norte, Pensilvania y Wisconsin.
A medida que se anunciaban los resultados, Carolina del Norte se decantó por Trump, ampliando su ventaja. Con 227 votos electorales en su columna, la euforia en Mar-a-Lago era palpable. Harris, por su parte, mantenía esperanzas con victorias en Oregon y Virginia, pero Georgia, un estado que había sorprendido al votar demócrata en 2020, también se inclinaba hacia Trump. Este giro inesperado en el «Estado del Melocotón» hacía eco de las acusaciones de fraude electoral que Trump había lanzado en el pasado, y la posibilidad de que el exmandatario volviera a la Casa Blanca empezaba a parecer una realidad.
La piedra angular de las elecciones
El estado de Pensilvania, con sus 19 votos electorales, se convirtió en el objetivo principal de ambas campañas. Con un equilibrio delicado entre áreas urbanas y rurales, y un suburbio que mostraba tendencias indecisas, el estado se perfilaba como el «Estado de la Piedra Angular». Harris había invertido enormes recursos y tiempo en su campaña, pero la fluctuante demografía del estado y la popularidad de Trump en ciertas áreas pusieron en peligro sus esperanzas de victoria.
La noche culminó con un oscuro pronóstico para Harris. A medida que los resultados continuaban llegando, su sueño de convertirse en presidenta se desvanecía en medio de la celebración de Trump. El estado que había sido clave para ambos, donde las esperanzas de una nueva era se encontraban con la posibilidad de un regreso al pasado, había decidido el destino de la noche. Con cada voto contado, la narrativa de una nueva era de Trump comenzaba a tomar forma, mientras Harris y su equipo se enfrentaban a la realidad de una derrota que nadie había anticipado.