En su primera semana como presidente de Estados Unidos, Donald Trump tomó una serie de decisiones que afectarán profundamente las relaciones con América Latina.
Desde su asunción, el magnate dejó claro que su enfoque hacia la región se basará en la hegemonía estadounidense, desestimando cualquier necesidad que Estados Unidos tenga de América Latina. «Estados Unidos no necesita a América Latina, pero la región sí necesita a nuestro país», afirmó en su discurso inaugural, sentando las bases para una relación que promete ser conflictiva.
A lo largo de esta semana, Trump ha tomado medidas que refuerzan su postura. América Latina se presenta como un tablero estratégico donde el presidente busca consolidar su influencia en temas críticos como la migración, el comercio y la geopolítica. Mientras algunos países, como Argentina, buscan acercarse a su administración, otros, como México y Brasil, se posicionan en oposición, creando un panorama de polarización.
Por ejemplo, el presidente argentino, Javier Milei, fue uno de los pocos líderes de la región que asistieron a la investidura de Trump, buscando fortalecer las relaciones bilaterales. De igual forma durante el Foro Económico Mundial en Davos, Milei reiteró su intención de establecer un tratado de libre comercio con Estados Unidos y sugirió que Argentina podría retirarse del Acuerdo de París, alineándose con las políticas de Washington.
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Relación de Estados Unidos con la región
La relación entre Trump y el presidente salvadoreño, Nayib Bukele, se intensificó esta semana. Durante una llamada telefónica, los dos mandatarios discutieron temas migratorios y de seguridad, acordando reactivar un acuerdo de asilo que permitiría a Estados Unidos deportar migrantes de terceros países a El Salvador. Este tipo de colaboración contrasta con la creciente fricción entre la Casa Blanca y México, donde la presidenta Claudia Sheinbaum ha defendido los derechos de los migrantes, mientras Trump despliega tropas y lleva a cabo deportaciones masivas.
La situación se complica aún más en Brasil, donde el presidente Lula da Silva presentó una queja formal ante Washington por el trato «denigrante» hacia los migrantes brasileños deportados.
Un panorama frente al cual el Grupo de Puebla, compuesto por líderes progresistas de la región, expresó su preocupación, calificando dichas deportaciones de «inhumanas e ilegales». Además, denunciaron las sanciones unilaterales de Trump como un intento de ejemplificar una política xenofóbica hacia los migrantes latinoamericanos.
Cuba y Panamá nuevamente en la mesa
En otro giro, Trump reavivó el debate sobre el Canal de Panamá, al afirmar que su administración buscará «recuperar» el control de esta vía estratégica. Esta declaración provocó una ola de indignación en Panamá, donde las autoridades reafirmaron su soberanía ante las amenazas de la Casa Blanca.
De igual forma, la relación con Cuba sufrió un retroceso significativo con la reincorporación de la isla a la lista de Estados Patrocinadores del Terrorismo, lo que perpetúa las sanciones económicas y afecta gravemente sectores como el turismo y el comercio.
A pesar de este panorama tenso, la designación de figuras clave en la administración de Trump, como el enviado especial para Misiones Especiales, Richard Grenell, genera incertidumbre. Su perfil sugiere una posible apertura a negociaciones en temas estratégicos, lo que podría ofrecer un rayo de esperanza en medio de un clima de desconfianza.
Así, los primeros días de Trump indican que su administración no solo busca reafirmar la posición de EE.UU. en la región, sino que también está dispuesta a utilizar la presión económica y diplomática para conseguir sus objetivos, dejando a América Latina en un estado de alerta continua.