Cuatro años atrás el presidente de Rusia, Vladimir Putin, impuso una multa contra el gigante tecnológico Google ante el bloqueo de los canales prorrusos en Youtube. De esta forma quedaba establecido que la empresa estadounidense debía pagar 1025 dólares diarios, una multa acumulable por día y duplicada por semana. En la actualidad, “la deuda” asciende a la impensable suma de 20 mil quintillones de dólares.
Según diversos medios, el tamaño de esta cifra -cerca de 20 mil millones de billones de billones- empequeñece a la economía mundial. Especialmente teniendo en cuenta que el producto interno bruto (PBI) global asciende a “solo” 110 billones de dólares. En este caso, lo más llamativo no resulta siquiera lo impagable de la demanda, sino el simbolismo tras de ella.
Así lo admitió recientemente el portavoz del Kremlim, Dmitry Peskov. “Google no debería estar restringiendo las acciones de nuestros difusores en su plataforma”. En tanto, de acuerdo con la agencia estatal rusa TASS, la sentencia emitida por un juez nacional indicó que, de no cumplirse el pago de la multa en los próximos 9 meses, el tribunal impediría a Google volver a operar en el territorio europeo.
Te puede interesar: Venezuela: «en riesgo» relaciones diplomáticas con Brasil
Rusia: tras la mayor multa de la historia
Roman Yankovsky, un experto citado por TASS indicó que “Google claramente no pagará esta multa y la Federación Rusa no podrá recuperar este dinero de la empresa”. Su afirmación parte del cálculo de la capitalización bursátil del gigante tecnológico en el último trimestre. Este dato evidencia claramente que aún teniendo la intención de cumplir, Google no cuenta con los fondos para ello. La compañía está valorada en 88. 200 millones, una cifra muy por debajo de lo exigido por Rusia.
El insólito pedido de Rusia representa una cifra superior al dinero impreso disponible en la actualidad y al valor de las reservas de oro del planeta. De ahí lo surrealista de esta demanda que ha servido, en todo caso, para subrayar la creciente tensión entre el Kremlim y las empresas tecnológicas occidentales.